miércoles, 29 de abril de 2009

Memorias inmemoriales y antimemorias memorables.

Para empezar a narrar los sucesos que acontecieron en mi historia es necesario hacer esta declaración descarnada: No sé por dónde empezar.

Por tanto, sin florituras ni reiteraciones anafóricas que agoten al lector, trataré de dar comienzo a la ardua tarea de reconstruirme para lograr de ese modo salvar del olvido, los hechos, circunstancias e ideas que quizás dentro de muchos años, si es que nuestra argentinidad logra sobrevivir los embates violentos de penetración ideológica y paroxismo suicida, logren evitar la discusión sobre asuntos que no merecen ponerse en tela de juicio y nos aboquemos a ejercer el sabio liderazgo que el planeta nos reclama.

La liviandad con que los gastaplumas se arrogan el derecho de instalar la opinión pública según les ordena el monarca todopoderoso que aspira a ser el único dios pero que no es Dios, no solo nos enfurece sino que es una tragedia intelectual, que afecta a nuestro crecimiento como personas trascendentes, como naciones hermanas en un pequeñísimo planeta amenazado y afecta asimismo, el desarrollo de la humanidad en la nietzscheana concepción del hombre-puente del abismo que se cierne entre la bestia y el superhombre al que estamos orientados (destinados, en un sentido metafórico) por nuestra propia naturaleza divina.

Somos ecuménicos porque Dios es uno solo y para todos el mismo, sin distinción de raza, religión, características físicas o psiquicas y estamos construidos a su imagen y semejanza porque somos microcosmos en miniatura. Se rige con idénticas leyes: los mandamientos guardados en el arca, que como he afirmado infinidad de veces, nuestra tierra tiene la obligación de rescatar, realizando una clara explicación de la sabiduría milenaria que dio origen a la cultura occidental y oriental a fin de lograr el ansiado sincretismo de la religiosidad benigna que nos justifica en cuerpo y alma.

Por la farragosidad del trabajo que me propongo, en muchas oportunidades en las que me expresaré con citas de pensadores y eruditos, solicito a los lectores me eximan de mencionarlos a todos y cada uno; y de la tentación de escribir una bibliografía soberbia sobre a qué autores remito o tomo su palabra (de eso se ocuparán mis exégetas, si algún día intentan una historia biográfica revisionista).

Este procedimiento, muy útil para los académicos, termina resultando un tortuoso fastidio, soporífero y tedioso, porque cada frase que construimos es producto de una sintética química que efectúan nuestro cerebro y nuestra memoria, así como una vana presunción de originalidad nos lleva a afirmar que fuimos los primeros en decir o elaborar un pensamiento o teoría, cuando en realidad, la escritura registrada aparezca por primera vez hace menos de seis mil años no significa que aún antes de los tiempos, en nuestra prehistoria, el hombre sin refinamientos cultural universal no pudiera expresar sus pensamientos e ideas vitales con lucidez y énfasis. Vaya uno a saber si con igual probidad que nosotros se ocuparon de inventar sus modos de comunicación sofisticados a través de medios anteriores al lenguaje oral, o posteriormente, escrito.

No tengo dudas de que los hombres llegaremos a tener un idioma universal, que constituya una amalgama de los predominantes actuales, símbolos musicales, matemáticos o religiosos que se barajarán al mismo tiempo.

Aclaro que me río mucho de la distinción a la page que proponen los estudiosos y nos obligan a hablar de "la condición humana" o "la humanidad". Lo primero que quiero advertir es que no tengo previsto hacer digresiones ni disquisiciones que alimenten cuestiones semánticas, que considero retrógradas a la luz de la verdad llana y que no hacen sino enfrentar a las personas, como si cada cual tuviera su botín de guerra y el temor de que su vecino se lo viniese a quitar. Sin embargo, las habrá, porque la prolijidad del entendimiento determina el uso adecuado de los códigos conocidos. Por tanto, una herramienta que a nadie le resultará ajena a fin de arribar a conclusiones, es la de que en caso duda sobre un concepto, deberá recurrir a la definición de la R.A.E., ya que escribo en mi lengua natal: castellano/argentino.

Pido disculpas a quienes no conozcan el argot que usamos en el Río de la Plata, aunque la mayor parte de las palabras, giros o expresiones pueden hallarse en diccionarios lunfardos, porteños o bien enciclopédicos propios y actualizados.

Algunas veces, utilizaré modismos extranjeros impuestos por el uso y las costumbres, dado que si bien la regla sobre la interpretación del texto sigue siendo la misma, estoy en desacuerdo que la decisión cristalizada de algunos pocos caballeros del rey, elegidos políticamente a esos efectos, sean los encargados de determinar qué es correcto y qué no en materia comunicacional. Si bien los correctores podrán agregarlos, prefiero suprimir los acentos en los monosílabos, salvo caso de anfibología, o los tildes cuestionables en palabras entre signos de pregunta (que ya son dos demasiado y en todas las demás lenguas es solo uno, el del final), excepto que existiere una idéntica razón que la apuntada anteriormente.

Pido, asimismo, paciencia a quienes se interesen en seguir este relato, dado que se trata de una primera escritura de aproximación o acercamiento, no definitiva, sin revisión aún y que en algún momento deberé procesar para la edición publicada, si fuere menester.


La seguimos después.